Saludando al sol en Nagarkot

Después de todo el día paseando sin mochila por Bhaktapur, llega el momento de coger nuestro primer bus local hacia Nagarkot, un pueblo situado a 24km famoso por ser «el pueblo en las nubes», ya que al estar a casi 2000m de altura es bastante freqcuente que se forme en el valle un bonito mar de nubes. Pero si el pueblo vive del turismo no es por eso, sino por ser el punto más cercano a Kathmandú desde donde se pueden ver los Himalayas. Para ello es necesario quedarse a pasar la noche y madrugar o madrugar aún más y coger la excursión turística desde Kathmandú.

Nosotros escogemos la primera opción y nos montamos en el abarrotado bus local, al precio de 75rs / pax (luego descubrimos que tenían que ser 45-50). No hay sitio para sentarse y nos toca ir de pie. Es un bus pensado para locales, por lo que a mi (1,59m) apenas me sobraban 15cm de distancia al techo. Música a todo volumen, conductor a la derecha y lecheras metálicas en el porta equipajes lateral amenazando con dejarnos un buen chichón si se nos caen en la cabeza.
Llevamos las mochilas entre la piernas y nos cogemos fuerte con las dos manos a ambos lados del estrecho pasillo. La carretera empieza a ascender, con el valle a nuestra derecha, pero nuestra visibilidad es limitada. Dicen que es de doble sentido, pero yo tengo mis dudas hasta que nos cruzamos con más autobuses y coches, cada cuál con el pito de feria más fuerte.

Tras unos 45 minutos de miedo/adrenalina, llegamos a la estación de autobuses, dónde se nos acercan para preguntar si necessitamos taxi. No gracias. Localizo en el GPS el Mount Paradise Guesthouse, que está a unos 800m carretera arriba. El estado del asfalto es… nepalí, así que doy un traspies. Intento recuperar el equilibrio pero es dificil con la mochila así que tengo tiempo justo para pensar en que lado está la cámara y cuál sufrirá menos con la caída. Elijo sacrificar el derecho, manos por delante. Algunos rasguños y una rascada en el muslo (pero los pantalones de running resisten, punto para Decathlon!)

Llegamos a la guesthouse, 13$ la noche, con baño compartido y desayuno incluido. Le pregunto por el taxi matinal hacia la View Tower, situada unos 4km carretera arriba, para ver la salida del sol. Ir andando a la velocidad de mi padre implicaría levantarse a las 4 de la mañana y andar a oscuras por la carretera. El dueño me dice que 800rs ida, espera y vuelta. Posiblemente podríamos haber pagado menos, pero después de la caída pocas ganas tenía de ponerme a discutir un precio con pocas posibilidades de ganar, pues saben que venimos a ver el amanecer. Take it or leave it.

Pedimos la cena, que la preparan allí y tienen que saberlo con antelación. Pizza de champiñones para papa, mezcla típica para mí, especificando NON SPICY.
Nos instalamos en la habitación, más que decente y limpia. Aprovechamos que hay electricidad para cargar baterías y escribir crónicas, hasta que nos avisaron que la cena estaba lista. Mi plato tenía algo parecido al brócoli bañado en curry y un arroz crujiente buenísimo. Casi al final de la cena apagón, lo que casi equivale a fin de día a las 20 de la tarde. El cielo está despejado y Mohan, el dueño nos dice que mañana hará bueno. Esperamos que así sea.
Bajando a oscuras las escaleras hacia el annexo donde estamos es mi padre el que tropieza, suerte que casi al final de las escaleras. A cámara lenta otra vez, intento pararlo, pero evidentemente nos vamos los dos al suelo. Menuda tarde llevamos!!

La alarma suena a las 5.50, el taxi (conducido por el propio Mohan) nos recoge a las 6.15. Hay mucha niebla en la carretera, no se ve más allá de un metro! Él mismo lo dice (gracias, no me había dado cuenta!), así que va despacito despacito (como para haber subido andando!!!!)
Llegamos a la esplanada dónde nos esperará, llena de puesto de snacks. Son casi las 6.40 y aún nos falta subir un último tramo de escaleras hasta la torre de observación y la zona dónde se concentran toooooooooodos los turistas, en su mayoría japoneses. Planto el trípode como puedo en la valla, esperando que no la muevan mucho, con la intención de hacer un timelapse del amanecer. El valle está cubierto por nubes y empieza a clarear, allí vamos. Hasta los perros vagabundos suben y se sientan a ver el espectáculo.

El sol aparece tímidamente, mientras un par de francesas no tienen nada mejor que hacer que apoyarse en la valla… ehem señoras, tengan cuidado por lo menos!!

Alguien grita «Himalayaaaaaaaas, woooooooow» y automáticamente nos giramos hacia la izquierda. Con un poco de esfuerzo se ven algunos picos, pero falta que despeje un poco.

El sol sigue subiendo y ya empieza a calentar, algo que se agradece. Los grupos de japoneses escandalosos van desfilando (tienen prisa por llegar al otro lado del país) y quedamos menos turistas en la zona.
Y ahora sí, con el sol alto y la niebla dispersa, aparecen delante nuestro los Himalayas. Respiras. Te sientes pequeño, muy pequeño, ante tal immensidad natural. Y no puedes dejar de mirar como el sol se refleja en las aristas, dándole un tono rojizo. Quizás no se aprecia bien en las fotos, pero es espectacular.

Bajamos y Mohan nos dice que hemos tenido mucha suerte, que hoy hace un día muy claro. Desayunamos tostadas con mermelada y patatas al horno. Ducha caliente (llámemosle así) después de dos días y rehacer las mochilas. Al ir a pagar, le pregunto si puede hacernos el favor de acercarnos hasta la estación de buses. Creo que accede por mi padre, para que no ande cargado con la mochila.

Nos baja a la estación y nos despedimos con un abrazo. El bus local va lleno (para variar), aunque siempre queda espacio para dos o tres más. Se repite la escena de ayer: de pie en el pasillo, con las mochilas entre las piernas y haciendo fuerza para aguantarnos en el porta equipajes. No queríamos experiencias locales? Pues toma!!!


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Sara
Infectada del virus viajero sin ganas de curarse. Fotógrafa que prefiere viajar sin equipaje. Sinceridad ante todo, escribo sobre experiencias vividas. ¿Te animas a seguirme en mis viajes?

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