Camboya Sonríe

Imagina que el destino no hubiera decidido que te tocaba nacer en España, sinó en Camboya. Imagina que la renta media de tu país es de 200$ al mes (y eso considerándote afortunado). Imagina que no puedes ir a la escuela porque a tu família les conviene más que trabajes en el campo porque se encuentran entre el 54% de familias en situación de pobreza extrema. Eso propicia que el 31% de los niños menores de 12 años estén sin escolarizar, mientras que el porcentaje se duplica cuando hablamos de la educación secundaria. Deja de imaginar, esa es la vida de miles de niños en Camboya, sin que le importe a nadie. O a casi nadie, porque por eso existe Camboya Sonríe.

«¿Y por qué el gobierno no hace nada?» te preguntes posiblemente tras el párrafo anterior. El gobierno invierte sólo un 2.1% del PIB en educación, consciente de que un pueblo educado es peligroso y puede cargarse todo el sistema en pro de una vida mejor.

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Casualidades del destino

Conocí a Alexandra, la fundadora de Camboya Sonríe, en un encuentro de bloggers (y gente sin blog pero dispuesta a luchar por vivir la vida que siempre han querido tener, no la que les ha impuesto el sistema) organizada por Ángel de Vivir al Máximo y Antonio de Inteligencia Viajera a finales de octubre. Cada uno de nosotros llevaba en el pecho una etiqueta con su nombre y su blog. En su etiqueta ponía «Camboya sonríe» y yo estaba preparando mi viaje a Camboya, por lo que fue fácil entablar conversación.

Como muchos de los asistentes, Alexandra lo había dejado todo para lanzarse a una vuelta al mundo que la llevaría al sudeste asiático, siendo Siem Reap (Camboya) uno de los lugares que más la marcó. Mientras trabajaba en un hotel conoció a Chamman, su compañero en la recepción que se dedicaba a enseñar inglés a los niños de su aldea durante su tiempo libre. Poco a poco Alexandra fue colaborando en proyectos humanitarios y la vuelta a casa temporal no significó más que una oportunidad para emprender un nuevo camino y iniciar así un nuevo proyecto llamado Camboya Sonríe, con la intención de mejorar la calidad de vida de los niños de las aldeas camboyanas y que recibir una educación en inglés y hábitos importantes en su día a día, que sin duda les ayudarán a salir de la pobreza en la que viven.

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La misión de Alexandra

A finales de mes, Alejandra lo dejaría todo de nuevo, pero esta vez no para hacer un viaje individual, sino con un billete de solo ida para mudarse a una aldea de Siem Reap y aportar directamente su granito de arena en la construcción y escolarización de los niños de la aldea de Chamnan. Eso supone renunciar a todas las comodidades que tenemos aquí para dedicarse por completo a la misión de hacer este mundo un poquito mejor.

Tiene por delante el reto de educar a unos niños que proceden de familias desestructuradas para quienes la educación no es prioritario. Además, su misión es cubrir las carencias de un sistema educativo deficitario, que no contempla la enseñanza de una lengua extranjera (en un país que recibe muchos turistas) ni ni el desarrollo de aptitudes, valores o hábitos como la expresión oral, el trabajo en equipo, la importancia de la educación, cooperación, la higiene personal, el deporte o una alimentación saludable. Chamnan nos explica que ojalá él hubiera tenido una oportunidad así, que alguien hubiera querido ayudarle cuando era niño y lo único que conocía era el campo. Por suerte él encontró la forma de salir del bucle y dedicarse a lo que él cree que es su misión en la vida: ayudar a los niños a progresar y labrarse un futuro mejor.

A largo plazo establecerán acuerdos con cadenas hoteleras para que los alumnos puedan hacer prácticas e iniciarse así en el mundo del turismo, a la vez que podrán salir de la aldea y con ideas frescas, formar parte de la revolución que tanto necesita el país, y que debe empezar en la gente.

Un día en la escuela

Nos volvimos a encontrar en Siem Reap, en un bar dónde se juntan los expats para bailar salsa. Allí Alexandra nos invitó a visitar la escuela y pasar toda la tarde en la aldea. Nosotros no queríamos molestar ni distraer a los niños, pero nos encantó la idea de poder ver en vivo su trabajo y todo el proyecto, así que por la tarde estábamos montados en el tuk-tuk de Chamnan rumbo a la aldea, no demasiado lejos de Siem Reap.

Alexandra y Chamnan están construyendo ellos solos un colegio rural y actualmente ya tienen 4 grupos de estudiantes que suman un total de 100 niños, con edades entre 6 y 14 años. De lunes a viernes, estos niños cogen sus bicicletas y llegan sonrientes a la escuela, dos en turnos de mañana y dos en turno de tarde. Cada grupo tiene estipulada una hora de clase en inglés, mientras que en la segunda hora trabajan en la biblioteca, para asentar los conceptos aprendidos a través de la creatividad, los juegos, conversación y lectura.

Nos sentamos en las últimas filas de mesas de colores e intentamos que nuestra presencia no perturbe demasiado el ritmo de la clase. Empiezan con un bingo con el vocabulario de la playa y luego siguen con un juego de relacionar preguntas y respuestas, en el que ayudo corrigiéndoles cuando relación edad con la pregunta del nombre. ¡No veas las ganas que le ponen al bingo! Sin darse cuenta y siempre con juegos, ellos van mejorando y aprendiendo conceptos y valores nuevos.

Lo más complicado

Una parte complicada es lidiar con las famílias, que al haber crecido en ámbito rural, no entienden la importancia de la educación y lo perciben como una pérdida de tiempo, cuando el crío podría ser útil en el campo. Explícales que eso es pan (si llega) para hoy y hambre para mañana, que una buena educación es la base para un futuro mejor. Cuando se van los niños no se acaba la actividad, pues aparte de preparar las actividades del día siguiente, les toca hacer una ronda para implicarse con estas famílias y conseguir que los niños puedan asistir a las clases. A menudo se trata de famílias con problemas de alcoholismo y dónde varías generaciones conviven bajo el mismo techo, igual que se hacía años y años atrás. Alexandra y Chamnan luchan por liberar un eslabón de esa cadena infinita y ayudar así a la comunidad a progresar.

Los gastos fijos de mantener la escuela ascienden mensualmente a 1000$ y están financiados por empresas y particulares que creen en la importancia de este proyecto.

¿Cómo colaborar?

En la web Camboya Sonríe encontraréis más información sobre su tarea, aunque después de la visita a la aldea se han ganado unos minutos de vídeo para explicarnos su tarea.

Si os ha impactado tanto como a nosotros, podéis hacer una donación puntual via transferencia bancaria o paypal:

ES90 00492990212814571531 (Banco Santander- Fundación Camboya Sonríe) o Paypal

La gestión de la entidad es totalmente transparente y periódicamente elaboran un informe sobre la evolución e inversión de los gastos. Además en el blog van colgando las actividades que realizan semana tras semana.

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Sara
Infectada del virus viajero sin ganas de curarse. Fotógrafa que prefiere viajar sin equipaje. Sinceridad ante todo, escribo sobre experiencias vividas. ¿Te animas a seguirme en mis viajes?

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2 comentarios en “Camboya Sonríe”

  1. Grandes iniciativas la de crear la asociación y la de escribir este post para darla a conocer. Te aseguro q si vamos a Camboya realizaremos una visita. Un saludo Sara!

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